sábado, 19 de agosto de 2017

Guerra Santa

Lo primero que hay que aclarar en estos casos es que los culpables de un ataque terrorista son siempre y exclusivamente los que lo perpetran.

De nada sirve echarle la culpa a un gobierno, a los responsables de la seguridad o a los seguidores de una religión como en el caso que nos ocupa: el terrorismo islámico.

Aunque la izquierda en bloque no tuviese empacho en culpar a Aznar del 11M, se ha demostrado que como decía el antiguo presidente del Gobierno, el terrorismo no hay que buscarlo ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas y puede cebarse con la población de cualquier ciudad del mundo en cualquier momento.

Ahora bien. Algunos sí que tenemos miedo. Miedo por nosotros, pero sobre todo por nuestros hijos.
Gritar como lema en las concentraciones de dolor posteriores a un ataque terrorista que no se tiene miedo es absurdo, aunque quede muy bien en los telediarios.

De hecho, el miedo es natural en el ser humano y precisamente el terrorismo, como su propio nombre indica, busca sembrar el terror y el pánico entre la ciudadanía para intentar doblegarla y amedrentarla.
Cuando pasen estos días, cuando no esté mal visto volver a hablar de política, deberíamos analizar entre todos ciertos aspectos de la sociedad española que dan pavor.

Deberíamos ser capaces de recuperarnos de este tremendo mazazo, pero no con la intención de esperar al siguiente, sino con verdadero propósito de enmienda y con la intención de buscar soluciones a esta lacra.

Habría que preguntarse si el terrorismo estaba en la hoja de ruta de ciertos políticos catalanes desde que Carod Rovira, en un pacto miserable con ETA, negoció que la banda asesina no atentase en Cataluña, pero que continuase haciéndolo en el resto de España.

Hasta el momento del atentado de Barcelona, la mayoría de políticos catalanes no han hecho otra cosa que hablarnos de lo mal que se encuentran dentro de España, pero han ocultado sistemáticamente durante largo tiempo que en Cataluña existe uno de los viveros más importantes de terrorismo islámico y que la mayoría de las mezquitas salafistas existentes en España se encuentran en suelo catalán.

Deberíamos también preguntarnos si la nefasta política de inmersión lingüística catalana es la causante de que en cifras comparativas la inmigración en Cataluña proveniente de países africanos sea mucho más elevada que en otras zonas de España sucediendo lo contrario con población hispano-hablante.

La paranoia que se vive en Cataluña es tal, que es aceptado que asociaciones e instituciones como Nous Catalans, comandada por personas muy cercanas a ERC y a la extinta CiU, no tengan el más mínimo pudor a la hora de integrar en Cataluña a todo aquel que tenga simpatía por el ideario independentista.

Por supuesto, tendríamos que apostar por aumentar la seguridad en nuestras calles, pero también por medidas que muchos sectores de la sociedad condenarían por culpa del buenismo imperante que nos tiene amodorrados en el sofá de casa cantando el Imagine o encendiendo velas para llorar a nuestros compatriotas asesinados.

El cierre de las mezquitas fundamentalistas y la expulsión de sus imanes debería ser la primera.

La expulsión de Europa de quienes muestren su apoyo al fundamentalismo islámico, endurecimiento de las penas llegando a la cadena perpetua para los yihadistas o intervenciones militares contra el Estado islámico tampoco son medidas a desechar como un cambio drástico en nuestra política sobre refugiados.

Es curioso que quienes me criticarán por estas medidas son los mismos que abogan por romper el Concordato con la Santa Sede, los mismos que piden la libertad para gentuza como Alfon o los mismos que ignoran que en países musulmanes se está persiguiendo a personas por el solo hecho de ser cristianos. A esos perseguidos no les damos nadie la bienvenida con pancartas.

Uno de los efectos del atentado de Barcelona es que a muchos ideólogos se les han caído los palos del sombrajo y su discurso se ha derrumbado como un castillo de naipes.

No solo a la izquierda y a la progresía en general, sino a los independentistas catalanes.

Esos mismos que hace unos días pedían disgregar y dividir, ahora solo nos hablan de unidad y de remar todos en la misma dirección.

Hay muchas cosas que aclarar tras este atentado, también el propio espíritu de la España de las Autonomías que ha permitido cesiones intolerables a aquellas regiones con pretensiones de nación y ha transferido competencias que solo debieran estar en manos del Estado central o ha considerado factible la creación de policías autonómicas y diplomacias paralelas de dudosa utilidad.

Pero el separatismo, al igual que el radicalismo islámico no se combate con concesiones ni con subvenciones ni ayudas que solo buscan apaciguar las aguas.

El separatismo catalán quiere acabar con España y con la igualdad entre españoles mientras que el radicalismo islámico persigue subyugar Europa y convertirla en una teocracia regida por la Sharia o ley islámica.

Esto ha sido así desde hace siglos, desde que España guerreaba contra el Gran Turco y Cervantes y los Austrias lo tenían claro entonces, pero Occidente se ha debilitado tanto en un mar de complejos que aún no nos hemos convencido de que estamos inmersos en una guerra a nivel mundial que se libra en cualquier lugar, a veces utilizando como carro de asalto una vulgar furgoneta.


Unos, nuestros enemigos, llaman a esta contienda Guerra Santa o Yihad. Nosotros, los europeos aun no la hemos bautizado, pero nos va la vida en ello comenzar a luchar.




Javier Lindo Paredes


1 comentario:

  1. Estoy contigo amigo , somos unos cómodos gilipollas y nos arrepentiremos de nuestra inoperancia

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