Estamos en tiempos de Navidad, y entre otros muchos motivos que se
recuerdan desde antiguo, está la petición del tradicional aguinaldo. Una dádiva que
según algunas crónicas antiguas se remonta a la época de Roma, cuando era propio
obsequiar con higos, dátiles o miel a los iguales.
Después, en los tiempos de
Augusto o Calígula, vinieron en que el regalo alcanzaba a las monedas, joyería o
medallas de plata. El
origen del vocablo
aguinaldo descansa,
según un autor del
siglo XIX, en el país
galo, en base a la
costumbre que tenían
hace siglos de
regalarse a principios
de año fragmentos de muérdago sagrado, diciendo: «Gui l’an, o sea, muérdago del
año –y de ese quilan ha venido el aguilando o aguinaldo». Sebastián de
Covarrubias, en su obra el Tesoro de la
lengua castellana, lo recoge así:
«El aguinaldo es lo que se presenta
de comer o vestir por la fiesta de la
Navidad, a cuyo presente llamaron los
latinos xeniun, munus hospitibus saxi
solitum, y que de esta palabra mudando la x en g se dijo genialdo, y añadiendo el
artículo agenialdo, y corrompido del todo aguinaldo. La voz aguinaldo la quieren
unos derivar de la lengua hebrea, otros de la árabe, y otros de la griega; no faltando
quien quiera que se derive de aplaudo o aglaudibus, bellotas, fundamentándolo en
que en este tiempo se acostumbraba a dar a los niños nueces y bellotas con que
jugasen».
En la etapa
Borbónica el aguinaldo se
daba en reales de vellón.
Ha sido parte de la
cultura de los pueblos de
España hacia toda clase
de gremios: panaderos,
barrenderos, empleados
de la fábrica del hielo, lecheros, pescaderos, fruteros, carteros, serenos, repartidores
de toda clase de comercio,
faroleros, y todo elenco de
personas que se movían en torno a
un servicio; en especial llegados los
días del inicio de la Navidad,
cuando era propio “pasar una
tarjetita” felicitando las Pascuas a
quienes estaban al servicio público. Pero claro, dirá usted amable lector que falta
un personaje típico de
aquellos días de la década
de los años cincuenta del
siglo pasado, aquel
personaje con un casco
blanco o gorra en la cabeza
que regulaba el tráfico los
trescientos sesenta y cinco
días del año, y que estaba al
servicio del orden en las
poblaciones, como Aranjuez, me refiero al Policía Municipal. Él también pedía el
aguinaldo de Navidad en los cruces del pueblo ribereño.
El origen de petición del
aguinaldo por la Policía Municipal en Aranjuez se remonta al año 1956 o 1957, al
unísono de comenzar esta actividad en capitales como Madrid, Barcelona, Valencia,
etcétera.
Recuerdo, siendo adolescente, cómo a los policías o guardias municipales, el
ciudadano, comerciante, industrial, etcétera, les daban el aguinaldo en sus puntos
de servicio, donde previamente habían instalado unos cubetos de maderas altos, en
cuyo centro estaba la figura de madera de un policía municipal pintado como tal, al
que se le anudaban unos
globos a la altura del
hombro, figurando la
imagen del guardia en
posición de dirigir el tráfico.
Creo recordar que los
primeros regalos los entregó
el Vespa Club por medio de
Casa Marcos, proveedor y
patrocinador en aquella época de Vespa en Aranjuez.
El Sr. Marcos tenía una
tienda de venta y reparaciones de motos y bicicletas entre el cine Canina y la
desaparecida librería Garpaje.
Los puntos de recogida del aguinaldo por los Guardias eran los siguientes:
dos puestos en los arcos de subida y otro en el de bajada en la intersección con la
calle de San Antonio. Otro en la
Carrera de Andalucía a la altura
del bar El Brillante. Otro en la
misma Plaza de Santiago Rusiñol,
en los aledaños de la antigua
Oficina de Información y Turismo,
al lado de El Rana Verde. Otro en las Cuatro Esquinas. Otro en las confluencias de
las calles Almíbar con calle San Antonio, cerca del restaurante Casa Pablo. Otro
punto en la misma calle del Almíbar a la altura del cruce con calle del Gobernador,
donde en un tiempo estuvo la Churrería Grego –en la actualidad Óptica Lohade– y
los Colegios Públicos. También se ponían en la calle de Stuart con la del
Gobernador junto a la farmacia de José Luis Toro y la desaparecida tienda de
Ultramarinos Cuesta.
El reparto del aguinaldo se efectuaba de forma equitativa y
gran compañerismo: primero se “apartaba” una buena cantidad para el Asilo de las
Hijas de la Caridad, ubicado entonces en la calle del Rey, frente al desaparecido
Cocedero de Mariscos San Antonio. Y después se pasaba a realizar lotes por tantos
agentes como tenía la plantilla, estuviesen
de baja por enfermedad, vacaciones o en
activo.
Era un festival de sabor navideño y
colorido en casi todo el centro de Aranjuez
donde el ciudadano colaboraba con el
agente, dejando si es que los había los
rencores en el olvido. La Policía Municipal
en aquellos tiempos estaba muy ligada a la
ciudadanía por ser una población bastante
menor y conocerse entre ellos.
En la Democracia estaba “mal
visto” que el Guardia Municipal pidiese el
aguinaldo. No faltó algún político que dijo
aquello de: “No es propio de un Policía
pedir el aguinaldo, ya
tenéis vuestro sueldo, sois unos privilegiados”. Como hijo de
Policía Municipal, pude constatar la vida de aquellos hombres de ley y orden, que
fueron ejemplo de tolerancia, respeto y sacrificio al vecindario, y que para nada
estaban entonces bien pagados, hasta el punto de tener que realizar otras
ocupaciones complementarias para aportar más ingresos al hogar.
Nadie puede
decir que sea deshonroso pedir el aguinaldo, tal como los chiquillos hacían cuando
pasaban a los bares o llamaban a las puertas tocando las panderas y zambombas,
para tras la pertinente canción navideña, extender la pandereta para recibir
buenamente el apreciado premio.
José Luis Lindo Martínez
Cronista Oficial de Aranjuez
El Rincón del Cronista
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