El sábado pasado, miles de compatriotas nos
concentramos con nuestras banderas en todos los municipios de España.
¿Y por qué lo hicimos? Lo hicimos en un
gesto de generosidad y solidaridad infinita con el pueblo catalán. Para
recordar a los españoles que allí viven que no están solos.
También en apoyo a las fuerzas del orden (Policía
Nacional y Guardia Civil) que estos días están siendo perseguidas y humilladas
por el nacionalismo catalán y sus hordas.
Aparcando aquello que nos separa y nos
diferencia, abrazamos algo que amamos y que nos une: una gran Nación que se
llama España.
Yo, particularmente, no estuve allí por intereses
partidistas o ideológicos. Estuve allí sobre todo por mis hijas, pero también
por mis padres. Y por mis abuelos.
No podría mirar a la cara de estas criaturas
que me ha dado Dios si me preguntan un día qué hice por impedir que su país se
fuera al traste.
¿Acaso no merecen nuestros hijos que les
dejemos un sitio donde vivir al menos igual de bueno que el recibido de las
manos de nuestros padres?
Sí. Sin duda lo merecen.
¡Que levante la mano aquél que no comparta
esta idea!
Para conseguir este objetivo necesitamos
defender la unidad de España. Porque esta nación no se ha construido de la
noche a la mañana. Se sustenta sobre la sangre de nuestros antepasados.
Ha crecido regada por su sudor y por sus
lágrimas.
A lo largo de los siglos, España ha
demostrado ser una gran nación, un país por el cual merece la pena luchar y
vivir.
Cuando los españoles nos hemos mantenido
unidos nada se nos ha puesto por delante.
Olvidemos por un momento la patria chica de
cada cual... Si lo hacemos, descubriremos que esta bandera que preside todas
las instituciones, y estos días cientos de balcones de nuestras ciudades, nos
arropa a todos. Nos hace ciudadanos. Nos hace libres e iguales.
Hoy, el futuro de esta nación milenaria está
en juego por culpa de unos cuantos. Algunos sinvergüenzas han pretendido hacer
de la diferencia un todo, de la diversidad un lema y de la riqueza cultural un
negocio.
¡Ya está bien! ¡Ya basta de chantajes! ¡Ya
basta de tomarnos el pelo!
Hablaba antes de mis abuelos... De todos
nuestros antepasados.
¿Qué dirían de nosotros los españoles que
hace 200 años lucharon por España contra la invasión francesa? Catalanes, mallorquines, vascos, andaluces,
madrileños, gallegos... todos se unieron ante la invasión napoleónica y
cristalizaron en las Cortes de Cádiz una de las primeras y más avanzadas
constituciones europeas. La liberal y popularmente denominada "La Pepa"
por rubricarse un día de San José.
Ellos, asediados por el ejército más
poderoso de su tiempo, proclamaron sin complejos que España era de los
españoles y de nadie más.
Recordemos sus 3 primeros artículos:
Art.
1. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios.
Art.
2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio
de ninguna familia ni persona.
Art.
3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a
ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Estas premisas deberían seguir vigentes hoy, 200 años después.
El sábado pasado nos reunimos precisamente en la Plaza de la
Constitución, para reivindicar la validez y el respeto a la legislación vigente.
Sin leyes y sin Nación no hay nada. Sin respeto a la
Constitución ni hay derechos ni hay libertad.
Si mañana,
como pretenden los nacionalistas catalanes, se resquebraja una parte del
territorio nacional, estaremos ante un hecho histórico lamentable, vergonzoso y
vergonzante.
Ayer, el
Rey de España asumió como suya la exigencia que muchos ciudadanos han expresado
en redes sociales, en las calles y en las tertulias: que el Gobierno de la
Nación ponga en marcha cualquier mecanismo a su alcance para impedir que un puñado de traidores ponga en jaque la convivencia nacional y la
democracia española.
Pacíficamente, exigimos a nuestro Gobierno
que no permita que se cercenen los derechos y libertades de esos hermanos
catalanes que no comparten las doctrinas separatistas. Es decir, de todos los
españoles.
Anoche, el Rey dio un paso al frente como
primer español que es y tomó partido por los que defendemos y creemos en la
Constitución y hoy, gran parte de la izquierda le insulta y le vilipendia por
hacer su papel: el de Jefe del Estado. ¡Ellos sabrán!
Algunos no han dudado de tachar de fascistas
o de extrema derecha a los que el sábado pasado se acercaron a la Plaza a
defender la unidad de su país.
Incluso alguno de ellos, y esto me apena
profundamente, ha sido cargo electo durante décadas y por ende juró defender la
Constitución que ahora tira por tierra y parece le molesta.
Yo, lejos de esos ataques furibundos, estoy
orgulloso de haber compartido espacio con cientos de españoles anónimos y de
haber llevado a mis niñas a la Plaza para que conozcan desde pequeñas que no
deben avergonzarse jamás de su bandera. Quien no entienda eso, es que tiene
demasiada sangre en los ojos y mira el dedo en vez de la luna.
Solo puedo dar las gracias a los ribereños
que se acercaron el sábado a la Plaza, no en mi nombre, sino en el de mis
hijas.
Algún día podré contarles que cuando su
patria estaba en riesgo su papá, su mamá, y miles de españoles valientes
diseminados por toda la piel de toro salieron a la calle un 30 de septiembre
para defender las libertades y la Constitución Española.
No me queda otra que celebrarlas las
palabras que anoche dirigió Su Majestad el Rey a toda la Nación para defenderla
e insuflarnos ánimos a todos.
Debe quedar clara una cosa que el monarca
expresó entre líneas:
Unidos somos más fuertes. Somos más y
mejores que los que quieren romper España o que aquellos que callan y
consienten.
Tenemos ante nosotros una obligación moral
como españoles. Se lo debemos a nuestros padres, se lo debemos a nuestros
hijos.
Se lo debemos a nuestra Nación.
Unidos somos un gran pueblo.
Por todo ello ¡Viva el Rey! ¡Viva España!
Javier Lindo Paredes
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